27 jun 2010

El Patito Feo


Cuento de Andersen
Adaptación: Eugenio Sotillos
Ilustraciones: María Pascual

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¡Qué contenta se puso mamá pata al ver los hermosos patitos que habían salido del cascarón!.
- ¡Pío! ¡Pío! ¡Pío! – gritaron los patitos alegremente.
- Veamos – dijo mamá pata - ¿Habéis salido todos del cascarón?
- ¡Sí!, ¡Sí! – contestaron los patitos.
Pero, de pronto, mamá pata se dio cuenta de que todavía quedaba un huevo sin romper. Eso quería decir que uno de los patitos todavía no había salido.
¡Vamos perezoso! – le gritó mamá pata -. ¿Es que te has dormido?
Cuando el último patito rompió el huevo y asomó la cabeza por el cascarón, mamá pata se llevó una desagradable sorpresa: el patito recién nacido era distinto a sus otros hermanos.
- ¡Vaya patito más feo! – dijo mamá pata.
- ¡Es un patito feo! ¡Es un patito feo! – gritaron los otros patitos, que estaban muy orgullosos de su graciosa figura y de su hermoso color amarillo.

Una anciana pata que justamente pasaba por allí, le dijo a mamá pata al ver tan extraño patito:
- No hay duda: es un pavo. Le causará muchos disgustos, créame. A mí, cierta vez, también me ocurrió lo mismo. La dueña de la granja me puso un huevo de pava para empollar y me nació un bichito tan feo como éste. Más vale que lo eche de casa, querida vecina. Ni siquiera aprenderá a nadar.
Pero mamá pata, que era muy buena, se compadeció del pobre patito feo y permitió que se quedara con ella.
Al día siguiente, después del desayuno, mamá pata llevó a sus hijitos ante un pequeño charco para enseñarles a nadar.
Primero entró ella en el agua y luego les gritó:
- Vamos, hijitos, ahora vosotros. ¡Entrad sin miedo!
Todos los patitos entraron en el agua, hasta el patito feo, que precisamente era el que mejor nadaba.


Terminada la lección, los patitos se fueron a jugar con sus compañeros que vivían en la granja. Pero los patitos, al ver al hermanito feo de los recién llegados, le gritaron muy enfadados:
-¡Fuera de aquí! No queremos jugar contigo; eres demasiado feo.
- ¡No es verdad! – contestó el pobre patito -. Si no me dejáis jugar, se lo diré a mi mamá.
- ¡Fuera! ¡Fuera! – le gritó un patito grandote, dándole un terrible picotazo.
- ¡Ay! – lloró el patito -. – ¡Nadie me quiere! ¡Nadie me quiere!
Hasta sus mismos hermanos se burlaron de él y le dieron picotazos y coscorrones.
- ¡Patito feo! ¡Patito feo! – le gritaban.


También mamá pata, avergonzada, comentó con sus vecinas de la granja:
- ¡Ojalá aquel huevo nunca se hubiera abierto!
El pobre patito se quedó llorando en un rincón y , al llegar la noche, se marchó de casa para no verse despreciado por todos.
- ¿A dónde vas, patito feo? – le preguntó una lechuza curiosa.
- Voy en busca de un lugar donde todos me quieran y no me llamen patito feo.
- ¡Uy! – contestó la lechuza -. Eso será difícil, patito: eres el bicho más feo que he visto en mi vida.
El patito se marchó corriendo. Después de mucho caminar, llegó hasta la casita de una leñadora, que vivía con un gato y una gallina.
- ¿Qué sabes hacer, patito? – le preguntó la pequeña leñadora -. ¿Sabes poner huevos?
- ¡Cuá! ¡Cuá! ¡No! – contestó el patito feo.


- Pues tendrás que trabajar en algo - contestó la niña -. Aquí todos trabajamos, ¿sabes? Yo corto la leña del bosque, la gallina pone huevos y el gato caza ratones. Si no sabes hacer nada, tendrás que marcharte de mi casa, patito.
El patito, muerto de frío, pasó la noche debajo de un árbol. Pero como empezó a nevar, a la mañana siguiente parecía un patito de nieve.


-¡Atchís! ¡Atchís! – estornudó el patito.
Unos niños que pasaron por allí se compadecieron del pobre patito feo y se lo llevaron a casa. Encendieron un buen fuego y lo pusieron cerca de la chimenea para que se calentara.
El patito se quedó en casa de los dos hermanitos. Siempre querían jugar con él y a veces le hacían daño, pero el pobre patito pensaba:
“No me importa; por lo menos no me llaman patito feo.”

Al llegar la primavera, el patito salió a tomar el sol y a nadar en el lago que estaba cerca de la casa de los niños. Unos cisnes se estaban bañando y él los contempló con admiración.
“Qué bonitos son! – pensó -. A ellos nadie los llamará feos.”


Pero, al entrar en el agua y verse reflejado en ella, se dio cuenta de una cosa: ¡él también era un cisne!
- ¡Oh! – gritó -. ¡No soy un patito feo! ¡Soy un cisne! Ya nadie se reirá de mí



- Eres aún más hermoso que nosotros – le dijeron los demás cisnes. Estamos muy contentos de que estés con nosotros, hermano.
Los cisnes y los animalitos del bosque, contentos de tener entre ellos a un cisne tan bello y simpático, hicieron una gran fiesta para hacerle olvidar lo que había sufrido.
Hasta la tortuga, que siempre llegaba tarde a todas partes, se levantó más temprano aquel día y pudo cantar y bailar y comer muchos pasteles.



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