1 jul 2010

La Campana

Cuento de Andersen
Adaptación: Eugenio Sotillos
Ilustraciones: María Pascual


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Cierta vez, en un pueblo escondido en un hermoso valle, se celebró una gran fiesta.
- ¡Qué fiesta tan divertida! – comentó un conejito que, con otros animalitos del bosque, contemplaba el bullicio de las gentes que cantaban y bailaban.


De pronto, dominando los ruidos de la fiesta, se escuchó el sonido de una campana.
- ¿Dónde estará esa campana? – se preguntaron todos.
Pero por más que buscaron, nadie supo descubrir el lugar en que estaba escondida la campana.
- Tal vez se encuentre en alguna ermita escondida en medio del bosque – comentó un niño.
Todo el pueblo se dedicó a buscar la ermita escondida en el bosque, pero nadie a encontró.



El rey no tardó en tomar cartas en el asunto y ofreció un valioso premio al que descubriera la misteriosa campana.
- Al que la descubra – dijo – le concederé el título de Conde de la Campana.

Todas las tardes, al ponerse el sol, se oía el tañido de la campana; una campana misteriosa que nadie sabía dónde estaba.


Una mañana de domingo, al salir de misa, dos niños y una niña se dirigieron al bosque a buscar la campana escondida.
- ¿Sabes dónde está la campana misteriosa? – le preguntaron a un conejo que estaba tomando el sol.
- Nunca oí hablar de esa campana – respondió el conejo.


Los niños siguieron andando y al encontrar un burrito que estaba comiendo hierba, volvieron a preguntar:
- ¿Podrías decirnos dónde está la campana misteriosa?
El burrito acabó de masticar el bocado de hierba que tenía en la boca, la tragó, y después dijo:
- ¿De qué campana me habláis? En este bosque no hay ninguna campana.


Los niños siguieron su camino y cada vez se adentraban más en el bosque.
-Vamos a preguntarle a aquel búho – dijo uno.
Se acercaron al búho y la niña le preguntó:
- ¿Sabes dónde está la campana que suena cada tarde al ponerse el sol?
El búho, que era un poco sordo, dijo:
- Gritad un poco más, amiguitos. Además de ser un poco sordo, estoy casi dormido, pues ya sabéis que los búhos duermen de día.
El niño que tenía la voz más fuerte, repitió la pregunta:
-¿Sabes dónde está la campana misteriosa?
- No lo sé – respondió el búho -. No he oído esa campana. La verdad es que apenas oigo nada.


La niña y uno de los niños, cansados de tanto caminar, decidieron a volver a sus casas. Pero el tercero, dispuesto a descubrir la campana, siguió adelante.

Caminando, caminando, llegó hasta un lugar apartado del espeso bosque y descubrió una pequeña casita rodeada de plantas trepadoras. El niño se quedó sorprendido. Colgada cerca del alero, medio escondida entre las hojas de las plantas, había una campanita azul.


-No es posible que ésta sea la campana que busco – se dijo el niño -. Una campana tan pequeña no haría un ruido tan grande.

El niño se alejó de la casita. El bosque se iba llenando de sombras, ya que el sol empezaba a ponerse detrás de las montañas.
¡Nang! ¡Nang! ¡Nang! ¡Otra vez la campana!
El sonido de la campana viene de la izquierda – se dijo el niño -. Voy a caminar hacia allí.”

Siguió caminando y, de pronto, encontró a un niño vestido de blanco.
- ¿También tú has venido a buscar la campana? – le preguntó.
El niño vestido de blanco no respondió.



Esta imagen no coincide con el texto, pero la incluí porque aparece así en el libro, posiblemente hubiera una parte que finalmente no se redactó.




- ¿Quieres ser mi amigo? – preguntó el niño que buscaba la campana -. Si tú me ayudas, tal vez la encontremos.
- ¿Por qué quieres encontrarla? – preguntó el niño vestido de blanco -. A ti no te hace falta la recompensa que ofreció el rey.
- ¿Me conoces? – dijo el niño.
- – respondió el pequeño vestido de blanco -. Sé que eres el hijo del rey.
- Soy el príncipe, en efecto – respondió el niño -, pero me gustaría encontrar la campana misteriosa. Me gustaría llevármela a palacio para que todos los súbditos de mi padre pudieran verla y escucharla de cerca.
- Eso está bien – dijo el niño vestido de blanco -. Veo que te preocupas mucho por los demás.
- – dijo el príncipe -. Cuando yo sea rey, procuraré ser bueno y generoso para ser amado por todos.
El niño vestido de blanco se puso muy contento por la respuesta de su compañero.
- Allí está la campana – dijo -. ¿No la ves?

En efecto, sobre sus cabezas, en medio de las nubes y cerca de las estrellas, estaba la campana.
¡Nang! ¡Nang! ¡Nang!
- ¡La campana! ¡La campana misteriosa! – gritó el pequeño príncipe.
- Yo soy tu ángel de la guarda – dijo el niño vestido de blanco -. Tu has encontrado la campana porque eres bueno.
La campana, allá en lo alto, seguía repicando. Y sus sones de plata parecían cantar:

Paz a los hombres
de buena voluntad.
- ¿Podré llevarme la campana a palacio? – preguntó el hijo del rey.
- No – respondió el ángel de la guarda -; está demasiado alta.
- ¡Oh! – casi lloró el príncipe.
- Ya no volverás a verla nunca más – dijo el ángel. Solo la escucharás si alguna vez faltas a tu promesa y faltas a tus deberes de rey.
- Siempre me portaré bien – prometió el hijo del rey – Ahora debo regresar a palacio.
- Será mejor que esta noche te quedes a dormir en el bosque – dijo el ángel. -. El palacio está muy lejos.


El hijo del rey se tendió a dormir sobre la hierba y el ángel veló su sueño, ahuyentando a los osos y los jabalíes que se acercaban a él para hacerle daño.

Al día siguiente, un rayo de sol despertó al príncipe. El ángel de la guarda se había vuelto invisible, pero el niño sabía que estaría siempre junto a él, protegiéndole y vigilando todas sus acciones.

El hijo del rey montó sobre un ciervo y así pudo llegar en seguida a su palacio.
- ¿Dónde has estado? – preguntó el rey.
- Buscando la campana – respondió el príncipe.
- ¿Y la has encontrado?
- – respondió el príncipe -, pero estaba muy alta, cerca de las estrellas, y no he podido cogerla.



En el pueblo no volvieron a escuchar más los sones de la campana misteriosa. Pero el pequeño príncipe no olvidó la promesa que había hecho al ángel.
Cada noche, al rezar sus oraciones, repetía:
- Seré un rey muy bueno y generoso y siempre buscaré la felicidad de todos mis súbditos.


Al cabo de muchos años, cuando el príncipe se convirtió en rey, cumplió lo que había prometido.
- No hay otro rey más bueno y generoso – decían todos.
Alguna vez, cuando el joven rey estaba a punto de olvidar su promesa, volvía a escuchar la campana, que era como un aviso de su ángel del aguarda.
¡Nang! ¡Nang! ¡Nang!
Y el rey, arrodillándose, pedía perdón por su falta.



Pero la campana sonó muy pocas veces, porque, como ya hemos dicho, el joven monarca era muy bueno y generoso. El más bueno y generoso de todos los reyes que han existido.




La semana próxima: El Abeto (de Andersen).....


27 jun 2010

El Patito Feo


Cuento de Andersen
Adaptación: Eugenio Sotillos
Ilustraciones: María Pascual

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¡Qué contenta se puso mamá pata al ver los hermosos patitos que habían salido del cascarón!.
- ¡Pío! ¡Pío! ¡Pío! – gritaron los patitos alegremente.
- Veamos – dijo mamá pata - ¿Habéis salido todos del cascarón?
- ¡Sí!, ¡Sí! – contestaron los patitos.
Pero, de pronto, mamá pata se dio cuenta de que todavía quedaba un huevo sin romper. Eso quería decir que uno de los patitos todavía no había salido.
¡Vamos perezoso! – le gritó mamá pata -. ¿Es que te has dormido?
Cuando el último patito rompió el huevo y asomó la cabeza por el cascarón, mamá pata se llevó una desagradable sorpresa: el patito recién nacido era distinto a sus otros hermanos.
- ¡Vaya patito más feo! – dijo mamá pata.
- ¡Es un patito feo! ¡Es un patito feo! – gritaron los otros patitos, que estaban muy orgullosos de su graciosa figura y de su hermoso color amarillo.

Una anciana pata que justamente pasaba por allí, le dijo a mamá pata al ver tan extraño patito:
- No hay duda: es un pavo. Le causará muchos disgustos, créame. A mí, cierta vez, también me ocurrió lo mismo. La dueña de la granja me puso un huevo de pava para empollar y me nació un bichito tan feo como éste. Más vale que lo eche de casa, querida vecina. Ni siquiera aprenderá a nadar.
Pero mamá pata, que era muy buena, se compadeció del pobre patito feo y permitió que se quedara con ella.
Al día siguiente, después del desayuno, mamá pata llevó a sus hijitos ante un pequeño charco para enseñarles a nadar.
Primero entró ella en el agua y luego les gritó:
- Vamos, hijitos, ahora vosotros. ¡Entrad sin miedo!
Todos los patitos entraron en el agua, hasta el patito feo, que precisamente era el que mejor nadaba.


Terminada la lección, los patitos se fueron a jugar con sus compañeros que vivían en la granja. Pero los patitos, al ver al hermanito feo de los recién llegados, le gritaron muy enfadados:
-¡Fuera de aquí! No queremos jugar contigo; eres demasiado feo.
- ¡No es verdad! – contestó el pobre patito -. Si no me dejáis jugar, se lo diré a mi mamá.
- ¡Fuera! ¡Fuera! – le gritó un patito grandote, dándole un terrible picotazo.
- ¡Ay! – lloró el patito -. – ¡Nadie me quiere! ¡Nadie me quiere!
Hasta sus mismos hermanos se burlaron de él y le dieron picotazos y coscorrones.
- ¡Patito feo! ¡Patito feo! – le gritaban.


También mamá pata, avergonzada, comentó con sus vecinas de la granja:
- ¡Ojalá aquel huevo nunca se hubiera abierto!
El pobre patito se quedó llorando en un rincón y , al llegar la noche, se marchó de casa para no verse despreciado por todos.
- ¿A dónde vas, patito feo? – le preguntó una lechuza curiosa.
- Voy en busca de un lugar donde todos me quieran y no me llamen patito feo.
- ¡Uy! – contestó la lechuza -. Eso será difícil, patito: eres el bicho más feo que he visto en mi vida.
El patito se marchó corriendo. Después de mucho caminar, llegó hasta la casita de una leñadora, que vivía con un gato y una gallina.
- ¿Qué sabes hacer, patito? – le preguntó la pequeña leñadora -. ¿Sabes poner huevos?
- ¡Cuá! ¡Cuá! ¡No! – contestó el patito feo.


- Pues tendrás que trabajar en algo - contestó la niña -. Aquí todos trabajamos, ¿sabes? Yo corto la leña del bosque, la gallina pone huevos y el gato caza ratones. Si no sabes hacer nada, tendrás que marcharte de mi casa, patito.
El patito, muerto de frío, pasó la noche debajo de un árbol. Pero como empezó a nevar, a la mañana siguiente parecía un patito de nieve.


-¡Atchís! ¡Atchís! – estornudó el patito.
Unos niños que pasaron por allí se compadecieron del pobre patito feo y se lo llevaron a casa. Encendieron un buen fuego y lo pusieron cerca de la chimenea para que se calentara.
El patito se quedó en casa de los dos hermanitos. Siempre querían jugar con él y a veces le hacían daño, pero el pobre patito pensaba:
“No me importa; por lo menos no me llaman patito feo.”

Al llegar la primavera, el patito salió a tomar el sol y a nadar en el lago que estaba cerca de la casa de los niños. Unos cisnes se estaban bañando y él los contempló con admiración.
“Qué bonitos son! – pensó -. A ellos nadie los llamará feos.”


Pero, al entrar en el agua y verse reflejado en ella, se dio cuenta de una cosa: ¡él también era un cisne!
- ¡Oh! – gritó -. ¡No soy un patito feo! ¡Soy un cisne! Ya nadie se reirá de mí



- Eres aún más hermoso que nosotros – le dijeron los demás cisnes. Estamos muy contentos de que estés con nosotros, hermano.
Los cisnes y los animalitos del bosque, contentos de tener entre ellos a un cisne tan bello y simpático, hicieron una gran fiesta para hacerle olvidar lo que había sufrido.
Hasta la tortuga, que siempre llegaba tarde a todas partes, se levantó más temprano aquel día y pudo cantar y bailar y comer muchos pasteles.



6 may 2010

El Soldado de plomo


Cuento de Andersen
Adaptación: Eugenio Sotillos
Ilustraciones: María Pascual


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Una vez, sucedió que cierto fabricante de juguetes confeccionó doce soldaditos de plomo. Los doce soldados eran hermanos, porque habían nacido de la misma cuchara de estaño, y estaban muy orgullosos de su fusil y de su uniforme rojo y azul.
Las primeras palabras que los soldaditos oyeron en este mundo fueron pronunciadas por un niño al abrir la caja que los contenía.
- ¡Oh! ¡Qué bonitos soldaditos de plomo me ha comprado mi papá!
El muchacho formó a todos los soldados encima de la mesa. Todos se parecían como una gota de agua a otra; todos menos uno: el último que fundieron y para el cual no hubo suficiente plomo. Por eso sólo tenía una pierna.
-¡Vaya! – dijo el niño -. Parece que haya estado en la guerra. Cuando marque el paso tendrá que andar a saltitos.






El niño se cansó de jugar y dejó la caja de soldados en su cuarto de los juguetes. Allí había de todo: osos de trapo, trenes eléctricos, barcos… Pero lo que más entusiasmó al soldadito fue una hermosa bailarina de porcelana que parecía de verdad.
Uno de los muñecos, un payaso muy gracioso, se puso a tocar su violín y la bailarina empezó a bailar.
El soldadito de plomo se sentó encima de una caja de colores para verla mejor.





-¡Cómo me gusta! – dijo el soldadito -. Si no fuera cojo, le pediría que se casara conmigo.
Aprovechando que el niño y sus padres se habían ido a dormir, todos los juguetes empezaron a saltar y a brincar.
Los soldados organizaron un desfile; el tren se puso a correr a toda velocidad; el muñeco del violín a tocar. ¡Qué gran alboroto armaron!





De pronto, la caja de colores donde se había sentado el soldadito de plomo se abrió violentamente y un enano salió de ella.
-¡Aparta de aquí, soldadito cojo! – le dijo el enano a nuestro amigo - . Eres muy poquita cosa para aspirar a la mano de la linda bailarina; ella vive en un palacio y tú en una estrecha caja de cartón, en compañía de otros compañeros tan feos como tú.



El soldadito cojo se quedó muy triste pero no contestó nada y se apartó a un rincón.
La fiesta de los juguetes continuó cada vez con más brío.
-¡Pit piiit! – sonaba el tren.
- ¡Ñic ñic ñic ñic! – tocaba el violín del payaso.
La bailarina no decía nada, pero bailaba y bailaba sin parar.





Tanto ruido hicieron los traviesos juguetes, que hasta el loro, el gato y el perro de la casa despertaron sobresaltados. Asustados, el loro empezó a perseguir una mosca, el gato al loro y el perro al gato.
Sin saber cómo, el loro, el gato y el perro terminaron en el estanque del jardín. Sólo la mosca pudo escapar al remojón.
Al salir el sol, todos los juguetes volvieron a sus estantes. El payaso dejó de tocar el violín, el enano de alborotar y la bailarina de bailar.





Los soldaditos, disciplinados y silenciosos, volvieron a su caja de cartón y se dispusieron a descansar, alegres y satisfechos.
Sólo el pobre soldadito cojo, escondido en un rincón, se quedó sin saber qué hacer.
Cuando la criada de la casa arregló la habitación de los juguetes, encontró al soldado de plomo y lo puso por un instante al borde de la ventana.
-¡Qué día más hermoso hace! – dijo el soldadito.






Pero el enano asomó la cabeza por la abertura de la caja donde estaba encerrado y sopló en dirección a la ventana, haciendo caer al soldadito a la calle.
-¡Socorro! – gritó éste.
¡Qué viaje tan terrible! El pobrecillo cayó de cabeza y quedó medio enterrado en el polvo; sólo salía de él su única pierna, orgullosa y derecha.
De pronto, empezó a llover y el polvo se convirtió en barro.
-¡Que me ahogo! – gritó nuevamente el soldadito.
Cuando volvió a lucir el sol acertaron a pasar por allí un niño y una niña.
- Mira – dijo el niño - , un soldadito que ha perdido una pierna en la guerra.
- ¿Por qué no lo metemos en nuestro barquito? – preguntó la niña.




Los niños colocaron al soldadito en su barquito de papel y éste empezó a deslizarse por la rápida corriente.
El soldadito temblaba de miedo, pero no decía nada y permanecía muy tieso y con el fusil bien sujeto.



El agua le llevó hasta el río y, al pasar por debajo de un puente, un ratón muy enfadado le gritó:
¡Eh! ¡Alto! ¿A dónde vas? ¡Enséñame tu pasaporte!
Pero la corriente, cada vez más rápida, arrastró al barquito de papel hacia el mar.
“Esto es el fin – pensó el soldadito de plomo -. El barquito empieza a deshacerse y me voy a ir al fondo.”




Una ballena que pasaba cerca, dando su paseo matinal por encima del agua, estornudó muy fuerte y acabó de deshacer el barquito de papel.



El soldadito, siempre muy tieso y sin soltar el fusil, se fue hundiendo lentamente. Pero antes de llegar al fondo, un pez abrió la boca y, ¡chas!, se lo tragó.
¡Dios mío! ¡Qué oscuro estaba el estómago del pez!
Pensó que nunca más volvería a ver a la linda bailarina de la habitación de los juguetes.

“Voy a morir – pensó -, pero moriré como un soldado; aguantando firme y sin soltar el fusil de la mano.”
El pez estuvo nadando en todos los sentidos y acabó por subir a la superficie. De pronto, el soldadito se dio cuenta de que el pez empezaba a moverse y a contorsionarse. Al cabo de unas horas el soldadito tuvo la impresión de que un relámpago le cegaba; la luz del día volvió a aparecer ante sus ojos y una voz exclamó:
-¡El soldadito de plomo!



¿Sabéis lo que había sucedido? Pescaron el pez, lo llevaron al mercado y la criada de la casa de su dueño lo compró para cocinarlo. Al abrirlo con un cuchillo encontró al soldadito y lo entregó otra vez al niño.

El soldado de plomo volvió de nuevo al cuarto de los juguetes. Volvió a ver a sus compañeros y a los otros juguetes. Y también ¿cómo no?, a la linda bailarina.




Uno de los amiguitos del niño de la casa, que era muy travieso, arrojó el soldadito al fuego, diciendo:
-Veamos si se salva también del fuego como se ha salvado del agua.
El soldado de plomo sintió que se abrazaba. Los colores de su uniforme desaparecieron y sintió que comenzaba a fundirse.
Su última mirada fue para la linda bailarina que, ante él, empezó a bailar una danza muy triste, como si quisiera despedirse.
- ¡Adiós! ¡Adiós! – lloraba el soldadito, que casi se había convertido en un montón de plomo.





De repente, se abrió la puerta de la habitación y una corriente de aire se llevó a la bailarina que, atravesando la estancia, fue a caer también entre las llamas de la chimenea, al lado de su querido soldadito de plomo. Allí se inflamó y desapareció para siempre.

Al día siguiente, cuando la criada removió la ceniza de la chimenea, encontró los restos del plomo, que habían tomado la forma de un gracioso corazón. Y de la bailarina, tan linda y sonriente, solo se encontró un puñado de lentejuelas que habían quedado unidas al corazón de plomo.

2 abr 2010

Pulgarcilla

Cuento de Andersen (Ver biografía de Hans Christian Andersen )Adaptación: Eugenio Sotillos
Ilustraciones: María Pascual

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Hace muchos años, en el tiempo de las hadas y los genios, existió una mujer que no había tenido hijos. Un día, se fue al encuentro de un mago y le pidió:

- Quisiera adoptar a una niña.
- Tendrás lo que deseas – dijo el mago -. Planta esta semilla en un tiesto y espera el resultado. Pero te advierto que la niña que nazca será muy pequeña.

La mujer volvió a su casa e hizo lo que el mago le dijo.
A la mañana siguiente vio que de la semilla había nacido una hermosa flor. En el centro de la flor, ¡Oh, maravilla!, había una hermosa niña que no medía más de media pulgada.
La mujer, llena de alegría, le hizo construir una pequeña camita y se sintió muy feliz.




Una noche, unos grillos entraron por la ventana y al ver aquella niña tan hermosa se la llevaron con ellos al bosque.
- Quiero volver con mi madre – dijo la niña, llorando a lágrima viva.
- No llores – contestó uno de los grillos – El bosque es más divertido que las casas de los humanos. Pero cuando llegue el invierno te devolveremos otra vez a tu hogar.


Pero, al llegar el invierno, los grillos se olvidaron de su promesa y abandonaron a la niña.
- ¡Oh! Empieza a nevar y voy a morirme de frío.




Caminando, caminando, llegó hasta la guarida de una ratita.


- ¿Puedo quedarme a vivir contigo, ratita? – preguntó la niña.
La ratita se compadeció de ella y la dejó entrar en su casita. Como la niña era tan diminuta, pudo sentarse en las sillitas y utilizar los pequeños muebles que se había construido la rata.
La niña, para agradecer la generosidad de la ratita, la ayudó a arreglar la casa y, en los ratos libres, cantó las dulces canciones que le había enseñado su madre adoptiva.


Un día le dijo la rata:
- El señor Topo, nuestro vecino, se ha prendado de ti y hoy vendrá a hacernos una visita. Quiere casarse contigo, ¿sabes?
- ¡Oh! ¿Casarme yo con ese animal tan feo?- Sí, es feo – respondió la rata – y además es ciego. Pero es muy rico.


A la hora prevista se presentó el señor Topo luciendo unos pantalones rojos y una casaca azul. Como era ciego no pudo contemplar la belleza de la niña, pero quedó prendado de su dulce voz.


- ¡Jamás había escuchado unas canciones tan bonitas! – dijo maravillado.
El topo invitó a la niña y a la rata a visitar su casa el día siguiente. Pero Pulgarcilla, que así llamaba la ratita a su amiga, se escapó aquella misma noche.


Después de caminar varias horas, al despertar el día se sentó a descansar en el claro de un bosque. De pronto, vio que a sus pies había una golondrina herida.
-¡Oh! – gritó la niña –. Algún cazador ha debido de lastimarla.
La recogió delicadamente entre sus manos y la abrigó en su regazo, pues estaba muerta de frío.
Gracias a los cuidados de Pulgarcilla, la golondrina se puso buena y tuvo otra vez fuerzas para volar.

- ¿Qué puedo hacer para agradecerte tus bondades, hermosa niña? – preguntó la golondrina.
- ¿Podrías ayudarme a salir de este bosque? El señor Topo quiere casarse conmigo, pero yo no le quiero.
- ¡Claro que te ayudaré, Pulgarcilla!- prometió la golondrina -. Sube encima de mí y nos iremos volando a otro país más soleado y lleno de flores.

La niña montó sobre la golondrina y ésta remontó el vuelo por encima de los árboles y las montañas.


- Ya estamos llegando a mi nido – dijo la golondrina. - ¿Te gustaría vivir en él? Si lo prefieres, puedes vivir debajo de las flores que hay al pie de este árbol.

La golondrina depositó a su amiguita debajo de una planta y, de pronto, vieron que en el centro de la flor más hermosa había un niño tan pequeño como ella.


- No te asustes – dijo el niño -. Hace muchos años que te espero. Soy el rey de las flores y un genio me encantó y me convirtió en un niño diminuto. Mi encantamiento desaparecerá el día en que me case con una princesa de mi estatura. Eres muy hermosa. ¿Cómo te llamas?





- Pulgarcilla – contestó la niña -. No mido más de una pulgada.
-
Desde hoy te llamarás Rosita, pues eres tan bella como esas flores. ¿Quieres casarte conmigo? Aunque no seas princesa, mereces serlo.El príncipe depositó un beso en la mano de Pulgarcilla y, al instante, ambos recobraron su estatura normal.




El príncipe llevó a Pulgarcilla, que ahora se llamaba Rosita, a su palacio y los reyes los recibieron con gran alegría.

La madre de la niña asistió también a la boda y se quedó a vivir en palacio.


La ratita generosa y la golondrina agradecida visitaron muchas veces a los jóvenes príncipes y siempre fueron recibidas con alegría. Gracias a ella, Pulgarcilla se convirtió en una princesa y se libró del señor Topo.






FIN



ANDERSEN, y sus cuentos para niños


Hoy es el cumpleaños de Hans Christian Andersen, un autor danés, cuyos cuentos para niños son muy conocidos.


En el buscador de Google, hoy el logo muestra un dibujo en su honor, (como suele hacer Google al recordar aniversarios, cumpleaños, etc.), lo gracioso es que si damos clic sobre él, aparecen varios dibujos más, también en relación a este autor.










Andersen nació el 2 de abril de 1805, en Dinamarca.
Se cuenta que su infancia fue de gran pobreza, que se crió en el taller de zapatero de su padre y que a los 14 años se fugó a Copenhague.

Trabajó para un director del Teatro Real, quien le pagó sus estudios. Ya desde adolescente, publicaba poesía y obras de teatro. Su primera novela fue “El improvisador”, bien recibida por la crítica.
En el transcurrir de su vida, tuvo la oportunidad de viajar por Europa, Asia y África. Escribió muchas obras de teatro, novelas, libros de viaje y cuentos infantiles.

En mi niñez, mi madre adquirió 3 libros que aún guardo con recelo. Cada uno de ellos tiene una recopilación de cuentos infantiles de 3 autores: Grimm, Perrault y Andersen. Estos libros siempre me fascinaron, no solo por sus relatos sino también por sus dibujos.
El libro de Andersen tiene bellas ilustraciones de María Pascual. Los cuentos que compila son:


  • El soldado de plomo
  • El patito feo
  • La campana
  • El abeto
  • La reina escarcha
  • La princesa triste
  • Los zapatitos rojos
  • El baúl volador
  • La reina de las nieves
  • Pulgarcilla
  • La sirena
  • La niña del cántaro
  • La bruja pelona
  • La camisa del hombre feliz
  • La vendedora de fósforos





Una de las fotos que puso Google en su logo, creo reconocer de qué cuento es: Pulgarcilla.


En honor a Hans Christian Andersen, les dejo el cuento de Pulgarcilla, con los dibujos originales de mi libro. Espero lo disfruten tanto como yo cuando era niña.




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